sábado, 20 de agosto de 2011

J.R.R. Tolkien


TOLKIEN

En febrero de 1950, J.R.R. Tolkien comunicaba a sus editores que por fin había dado término, después de trece años de trabajo, a El Señor de los Anillos. Junto con esta obra, les enviaba otro manuscrito, El Silmarillion; entre ambas, totalizaban más de un millón de palabras, que de ningún modo estaba dispuesto a reducir o condensar. En lugar de intentar persuadir a los editores, Tolkien parecía estar dispuesto a asustarlos, pues les decía: "Mi obra se me ha ido de las manos. He producido un monstruo; una novela inmensamente larga, compleja, amarga y terrorífica; bastante inadecuada para los niños, si es que resulta apta para alguien".

John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973) alcanzó la envidiable edad de 81 años, de los cuales la mayor parte transcurrió entre los apacibles muros de la Universidad de Oxford, donde enseñaba filología inglesa medieval, sin otras alternativas que las que suelen jalonar la vida de un académico.


Ya en 1917 comenzó a escribir lo que sería el Silmarillion, un gran mito sobre los orígenes del mundo y la lucha entre el Bien y el Mal, concebido con el modelo de los grandes poemas épicos nórdicos (los Eddas) y finlandés (el Kalevala); por entonces, su intención era darle a Inglaterra un pasado mitológico e inmortalizar el paisaje inglés.
Por ese entonces, Tolkien había escrito, un poco como juego, El Hobbit, que logró publicar en 1937. A petición de los editores, prometió escribir una continuación de la novela, pero poco a poco ambos mundos, el de las aventuras de Bilbo Bolsón y la mitología del Silmarillion, empezaron a fundirse, y lo que era una historia infantil e ingenua comenzó a convertirse en epopeya. La obra fue creciendo desmesuradamente entre 1937 y 1949, y para publicarla fue necesario dividirla en tres tomos; el tercero apareció en 1955, tres años antes de que Tolkien se jubilara como profesor.

En la que es tal vez su más famosa obra por su gran adaptación cinematográfica por Peter Jackson es El Señor de los Anillos:

Muchos de los que viven merecen morir, y muchos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.

El coraje se encuentra en sitios insólitos.

Los atajos cortos traen retrasos largos.

Desleal es aquel que se despide cuando el camino se oscurece.

Las noticias que llegan de lejos rara vez son ciertas.

Más de una vez, el huésped a quien nadie ha invitado resulta ser la mejor compañía.



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